COLUMNA DE OPINIÓN
Por. Gaspar Hernández Caamaño.
No escribo la historia. Ella, como ciencia, exige verificaciones. Y mi vida de abuelo no transcurre en bibliotecas, archivos y documentaciones. Escribo desde la memoria. La memoria de unos recuerdos, aún juveniles, de estudiante en la sede «20 de Julio», egresado ejerciendo el periodismo, litigando y directivo en las instalaciones de «La Ciudadela». Tiempos y espacios distintos, pero una sola memoria, la de la misma historia.
UNA UNIVERSIDAD DE RECTORES.
Desde 1941 hasta el reciente 11 de Marzo del 2019, en la Rectoría de la Universidad del Atlántico se han posesionado, oficialmente, 64 rectores. Unos en calidad de titulares y otros en condición de encargados.
Ese alto número de rectores contrasta, en la historia educativa del Atlántico y Barranquilla, con los 40 años, ininterrumpidos, del intelectual Jesús Ferro Bayona en la rectoría de la Universidad del Norte. Y, debo decirlo, del carácter de herencia del cargo en algunas de las Universidades que funcionan en el Distrito y su conurbación con el Municipio de Puerto Colombia.
Si la Universidad, única pública, con menos de 80 años de fundada, ha tenido 64 rectores, lo que podría traducirse, proporcionalmente, en un rector por año, es de indudable conclusión que es una Institución de rectores y de pocas proyecciones o influencias en la vida de la Región Atlántica, por su inestabilidad tanto administrativa como académica. Es decir, lo que interesa es la rectoría, no la transcendencia de su Misión y su Visión.
CURIOSIDADES EN LA RECTORIA.
De las 64 personas, cuyos nombres aparecen registrados en el listado de rectores de nuestra Universidad, 40 actuaron como titulares y el resto como encargados. Y en dicho listado aparecen ilustres personajes de nuestra vida política, educativa y cultural. Al igual que ilustres desconocidos que, por distintas circunstancias, que la historia debe reseñar, debieron ocupar dicha rectoría, llena de curiosidades. Veamos, a vuelo de pájaro manso, algunas de ellas.
De los 64 rectores, solo 4 mujeres aparecen en ese listado. Son ellas: Paola Amar, Ana Sofía Mesa, Rafaela Vos y Yolanda Martínez. Esta última fue rectora sólo por unas horas, mientras que la Ingeniera Mesa permaneció 8 años en ese cargo, inicialmente como encargada y luego titular. Ese periodo de 8 años es el más largo de rector alguno, en los casi 80 años de vida institucional de la Universidad.
Durante el año de 1958, la Universidad tuvo 8 rectorías. Las de: Hernando Manotas, Nicolás Visbal ( 2 veces), Rafael Tovar, Victor Gallardo ( 2 veces), Julio E. Blanco y Carlos Holguin. Como ven ese año repitieron rectoría Blanco y Tovar, que fueron los grandes precursores del Alma Mater.
En los rectores aparece el nombre del ex ministro Antonio Abelló Roca, pero éste ilustre ex rector nunca se sentó en la silla rectoral porque los estudiantes no lo dejamos entrar. Él se posesionó en la Gobernación, pero «El Pato», como lo llaman sus amigos, de la esquina de «La Barquita» no pasó. De ese episodio fui testigo fidedigno porque estaba entre los que gritábamos: «Fuera El Pato…fuera!».
También la Universidad ha tenido un rector «policía». Este es el actual delegado de los ex rectores en el Consejo Superior, el ingeniero Guillermo Augusto Rodríguez Figueroa, quien es el primer egresado en ocupar la rectoría. Y se ganó el mote de «rector-policía», porque instaló una patrulla de uniformados para controlar las entradas y salidas de la Universidad. Y con ese método «expulsó» a varios estudiantes que se oponían a su presencia. Lo digo con conocimiento de causa, pues a mí que quitaron el carnet y no podía ingresar a clases, perdiendo un semestre. Cómo olvidarlo si aún su sombra ronda el claustro, como muestra perpetua de nuestra involución como institución.
Un rector falleció en el ejercicio del cargo, el ingeniero Jorge Báez Noguera, a quien habían procesado cuando fue gerente de las desaparecida E.P.M., por la muerte de niños que consumieron agua contaminada suministrada desde los grifos.
Otro ex rector actualmente está preso en La Picota, bajo la acusación de paramilitarismo y cohecho, dentro de la trama del Cartel de la Toga. Otro duró 8 días en el cargo y nunca firmó un acto administrativo. Un filósofo que fue rector, especialista en Habermann, salió corriendo sin intentar «la acción comunicativa». Uno más duró unos días y se fue a jugar ajedrez a Bogotá.
De los ex rectores más reconocidos, en mi memoria, se encuentra el economista José Consuegra Higgins, a quien los estudiantes apoyamos cuando lo sacaron. Y tal fue el apoyo que, de ese retiro, él decidió fundar la hoy acreditada Universidad «Simón Bolívar». Todavía la nuestra anda fabricando el discurso de la acreditación institucional, “es posible», para gastar presupuesto y pantalla.
Para mi memoria, entre los personajes ilustres, por su vida intelectual, de Barranquilla que han sido rectores de la Universidad del Atlántico están los siguientes: Julio E. Blanco (filosofo), Rafael Tovar, Carlos Angulo Valdez (antropólogo), Ernesto Cortissoz, Juan B. Fernández (periodista), Roberto Mc Causlan (arquitecto), José Lacorraza (notario), Carlos J. María (ensayista), José Stevenson(ingeniero), Esteban Páez Polo (magistrado), Antonio Caballero Villa (abogado), entre otros.
Se pueden extender estas curiosidades, pero son ellas las que aún no olvida mi memoria universitaria. Y las cuento para ayudar a los «historiadores» e «historiadoras» de la cuadra, a los que la Universidad les ha otorgado, presuntamente, millonarios contratos para que redacten su historia oficial. Será posible conocerla en los próximos años?
LA RECTORIA, DIGNIDAD, EMPLEO O CREMATORIO?
En la página electrónica de la Universidad, no aparece la lista completa de quienes han ocupado su rectoría. Solo se registra la de algunos rectores titulares, que son los que tienen derecho a elegir delegado ante el Superior. Los nombres de los encargados no aparecen en su gran mayoría, aunque en ese listado incompleto vi el de la actual encargada. Tampoco hay datos de una microbiografía de los ex rectores, todavía una tarea inconclusa para los historiadores.
Pero de la lectura comparativa y memoriosa de esa historia, me interrogo sobre las características que se pueden destacar del paso por dicha rectoría. Y me pregunto si fue una dignidad, o un mero empleo o un horno crematorio. Y la verdad creo que es probable que tenga esa triple naturaleza. Y me explico.
DIGNIDAD. Indudablemente ser rector de una Universidad es un honor, una dignidad. Y más si es de una institución estatal. Y ello porque no toda «la gente de pueblo», alcanza los méritos académicos y personales que se requieren para tan importante labor social y educativa.
Por eso no dudo en afirmar que la rectoría de la Universidad del Atlántico es una dignidad. Y así la sintieron y ejercieron algunos personajes, de nuestra vida ciudadana, que fueron escogidos para ocupar, como reconocimiento de su talla intelectual, tal dignidad. Si se repasa, memoriosamente, la lista de ex rectores se pueden distinguir quienes recibieron dicho honor y quienes lo respetaron y engrandecieron para bien personal, familiar y social. La historia a ellos los absolverá.
Como también es fácil identificar quienes no estuvieron a «la altura de las circunstancias». Y que nunca merecieron llegar a ocupar tan distinguido cargo. Solo hay que conocer la historia. Y la misma dará sus lecciones.
Así que la rectoría es una cara y responsable dignidad. Respeto para quienes así lo entendieron y así se comportaron.
EMPLEO. Pero la rectoría de la Universidad es un cargo, un empleo administrativo-académico del más alto nivel. El rector es el representante legal del Ente Universitario Autónomo. Por ello su escogencia es un proceso, que no puede amañarse si verdaderamente interesa la educación superior de «la gente del pueblo».
Hoy en día, la rectoría es el empleo público más cotizado del Atlántico, porque el sueldo del rector es más alto que el del propio Gobernador Departamental y tiene, en sus manos y voluntad, un presupuesto millonario para gastar. Por eso muchos andan interesados, a muerte, en ser rector, ya sea para pensionarse con una mesada de parlamentario y creerse aspirante a legislador o gobernador por el beneficio electoral que le puede brindar las nóminas y los contratos.
A unos que llegaron con esa ambición la historia los señala como frustrados del poder o viudos del mismo. Ese empleo tiene sus bemoles y no todos los que «sueñan» serlo, alcanzan el honor y dignidad de semejante responsabilidad social.
CREMÁTORIO. Tampoco puedo desconocer, en los recuerdos de mi memoria reciente, que tan importante dignidad y tan apetecido empleo, para algunos ex rectores, titulares o encargados, se convirtió en un espeluznante horno crematorio. Ahi se le quemaron sus ilusiones, no como » se queman las velas cuando se están acabando» en los amores de Petrona en la rueda del cumbión. No. En la rectoría de la Universidad los cremados se volvieron momias de ambulantes, que ni se atreven a recordar, a sus círculos íntimos, que fueron rectores, ya que la memoria colectiva los ha sepultado en el más deleznable anonimato, hasta el punto que ni la propia Universidad los registran en su página institucional.
Es decir, la Universidad ha tenido, en sus casi 80 años de historia educativa, rectores dignos, rectores que aprovecharon bien el salario devengado durante «la palomita» rectoral y otros que por su gestión fueron protagonistas del olvido. Las enseñanzas de la historia.
Invitación final. Me atreví a escribir de memoria, porque en días pasados conocí un listado de docentes «rectorables», elaborado por un licenciado al que apodan, internamente, «El Malo» para distinguirlo de su homónimo al que llaman «El Diablo», para invitarlos a que repasen la historia y no se pinten «caballitos» en sus sueños. La historia es inexorable. Ella sola castiga y premia, mis queridos profesores.