Lo que pudo ser y no fue

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Por Jaime Ivan Borrero Samper 

Él la conoció en un momento inesperado, casi como llegan las cosas que cambian algo por dentro sin pedir permiso. No dirá su nombre , no porque no quisiera pronunciarlo, sino porque sería injusto limitarla a un conjunto de letras. Solo dirá que su nombre recuerda a una flor, y eso le basta para describirla: intensa, fresca, inesperada.

Ella era distinta. De esas mujeres que no solo hablan: lideran. Que no solo caminan: avanzan. Que no solo piensan: transforman. Una mujer brillante, joven, aguerrida, capaz de iluminar una sala sin proponérselo. Él la admiró desde el primer instante, y en esa admiración silenciosa nació algo que ninguno de los dos buscaba… pero ahí estaba.

Entre ellos hubo un entendimiento raro, de esos que no se explican pero se sienten. No era amor , tampoco simple atracción, era una mezcla de complicidad, respeto y una energía que los empujaba a encontrarse en medio del caos cotidiano. Cuando hablaban, el tiempo se hacía corto; cuando se alejaban, algo quedaba incompleto.

Lo curioso es que, aunque él jamás lo dijo en voz alta, ella lo sabía. Y aunque ella nunca lo confirmó, él lo sintió.

La historia entre los dos nunca comenzó. A veces las mejores historias son justamente esas: las que se quedan en el borde, suspendidas, esperando una decisión que nunca llega o que llega cuando ya es tarde.

Él tenía una vida hecha, una ruta trazada, un compromiso que no podía romperse así como así. Ella era libre… y a la vez no tanto: cargaba decisiones propias, dudas propias, caminos propios. Y entre ambos había una diferencia de edades que el mundo suele señalar, aunque el corazón la ignore.

Aun así, cuando se miraban, ninguno veía obstáculos. Solo la posibilidad ,una enorme, hermosa, peligrosa posibilidad, de algo que pudo haber sido.

Hasta que un día hablaron. No para despedirse, sino para poner en palabras ese vacío entre lo que querían y lo que podían. Él le dijo que le hacía bien, que juntos funcionaban, que la vida se sentía menos pesada cuando ella estaba cerca. Ella respondió con sinceridad: necesitaba pensar. No prometió nada, pero tampoco cerró la puerta.

Y él lo entendió.

Las historias no siempre terminan por falta de amor; a veces terminan por exceso de lucidez.

Esa tarde, él se despidió con la dignidad de quien reconoce lo inevitable. Y cuando la conversación llegó a su último “está bien”, sintió que algo se apagaba sin haber brillado del todo.

Por eso escribió. No para recuperarla, no para convencerla, no para buscar lo que no se dio, sino para honrar aquello pequeño pero genuino que nació entre los dos. Esa chispa que los hizo buen equipo, compañeros silenciosos de batalla, almas que se entendieron sin tener que explicarse.

Lo que pudo ser y no fue… también merece ser contado.

Porque algunas personas llegan para quedarse en la vida. Y otras llegan para quedarse en la memoria.

Ella ,la mujer de nombre floral, de carácter firme y mirada valiente, se quedó en la suya.

Y él, en la  de ella, aunque nadie lo diga.

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