Por Gaspar Hernández Caamaño
Colombia es, según una encuesta global, el país más feliz del mundo (habrán tontos que se lo crean). Y tanto el Papa Francisco como el Presidente Obama, en sus respectivos discursos, Orbi u Orbi y de La Unión, nos referencian como un pueblo que merece vivir en paz, pues nuestro conflicto armado, el más largo en la historia contemporánea, se asemeja al de Siria y, además, tenemos una guerra por el narcotráfico que, en textos académicos, nos comparan con Afganistán. En fin somos un país singular: feliz y horrorizado. La paradoja total. Lo real maravilloso que nos regalo un nobel de novela por las historias que a un niño le contaron los abuelos.
Todos los anuncios nos indican que en Marzo, Los Idus de Marzo, se firmara el anhelado Acuerdo de Paz entre guerrilla legendaria y delegados del Estado, presididos por un exhippie. Y desde entonces seremos otro país. Un país en paz. Eso suena hermoso. Por tanto todos nos preparamos, desde el Congreso de la República hasta los niños sin Niño Dios, para el llamado postconflicto, que suena como la invención de otra Nación diferente a la diseñada en nuestra Constitución política, la única en el mundo entero que consagró al Amor como un derecho fundamental ( art 44) y un deber social (art 1o. Código de la Infancia).
En esa perspectiva histórica debemos comenzar a hablar de cómo será el Amor en los tiempos perpetuos de la Paz negociada?. He propuesto, a lo largo de estos ya numerosos sábados, mejor hablar de Amor frente al horror. Cómo será hacerlo en Paz?. He ahí la cuestión. Estamos los colombianos y colombianos preparados para hacer de nuestra venidera existencia un Canto de Amor por la Paz?. Aún no. Y ante semejante reto de civilización y convivencia debemos iniciar la creación del discurso de El Amor, así en singular.
Regresare a mi Catedra del Amor en la Universidad del Atlántico, única en Hispanoamérica (hay una en China), con el esencial interés que, que niños y mayores, aprendamos que Amor es «querer bien» al otro, llámese hijo, vecino, amigo o amante. Esa es la acepción de Amor que propongo enseñar, acompañado con un equipo interdisciplinario de docentes universitarios, para que comprendamos que solo amando podemos ser un pueblo solidario en Paz, y no frente al horror. Podemos ser felices.