Por: Jaime Ivan Borrero Samper
En la vida política universitaria, como en la vida misma, siempre hay momentos en los que algunos son puestos a prueba. Recuerdo claramente la ocasión en que un consejero, hoy con experiencia y reconocimiento, estuvo a punto de quedar por fuera no por falta de méritos, sino por intrigas y cálculos ajenos.
Su propio grupo político, del cual había sido parte durante años, le cerró las puertas. Le transmitieron la orden de desistir, de hacerse a un lado, de ceder su espacio a otro. Fue un golpe duro, pues venía de aquellos a quienes había servido con lealtad y disciplina. Y lo más doloroso: el mensaje fue llevado por alguien de su entera confianza, que terminó siendo más traidor que consejero.
En ese instante, cuando parecía que todo estaba perdido, no fueron los jefes políticos quienes lo respaldaron. Fue la universidad, fue la comunidad, fuimos nosotros y muchos amigos quienes decidimos extenderle la mano y demostrar que, más allá de los cálculos del poder, lo que realmente sostiene un liderazgo es la confianza y el reconocimiento de la gente.
Y así, contra todos los pronósticos, aquel consejero fue reelegido. Tiempo después se supo que la supuesta “orden superior” jamás existió. Todo había sido manipulado por intereses mezquinos. La traición, como siempre, quedó al descubierto.
Pero lo más revelador de esa historia es que también hubo alguien que, viniendo de donde pocos se atreven a desafiar, decidió no seguir el libreto impuesto. Un hombre que, por encima de los caprichos de su padre y de su hermano, eligió ponerse del lado de la universidad. Contra todo pronóstico, mostró que el vínculo con esta casa de estudios es más fuerte que cualquier mandato familiar. Y ese gesto, silencioso pero contundente, nos confirmó que aún en medio de las presiones del poder, hay quienes sienten, conocen y defienden la universidad con el corazón.
De esa experiencia aprendí algo que hoy cobra más vigencia que nunca: los cargos, los periodos y las campañas pueden ser definidos en una oficina cerrada por quienes se creen dueños de todo, pero el verdadero poder nace en las comunidades, en las universidades, en la gente que se resiste a aceptar imposiciones.
Aquel consejero entendió la lección. Y quienes estuvimos a su lado también. Hoy más que nunca conviene recordarlo: en la Universidad del Atlántico, las victorias no las deciden los clanes ni las intrigas, las deciden las voluntades firmes y la dignidad de quienes creemos en ella.
Y este 2 de octubre volverá a ser la comunidad quien hable, con la certeza de que la universidad tiene memoria y que, cuando se trata de defenderla, ninguna presión externa podrá doblegar el espíritu de quienes la sentimos como propia.