Por: Jaime Ivan Borrero Samper
La Universidad del Atlántico se encuentra, una vez más, en el umbral de una decisión histórica. Cada elección de rector no es solo un trámite administrativo, sino un acto de definición sobre el rumbo que tomará nuestra Alma Máter. Se trata de escoger entre la continuidad de un proyecto sólido, probado y con resultados tangibles, o aventurarse en manos de apuestas inciertas, intereses ocultos y discursos que suenan bonitos, pero que carecen de sustento real.
El rector Danilo Hernández, con la serenidad que lo caracteriza, lo resumió en un símbolo poderoso: el número 9. El número de los goleadores, de quienes no juegan para figurar sino para marcar la diferencia y asegurar la victoria del equipo. Pero también el número de los ciclos que se cierran para dar paso a nuevos comienzos. Esa es, precisamente, la disyuntiva que hoy enfrenta la universidad: o damos continuidad a lo que avanza, o regresamos a la incertidumbre de los tiempos en que la improvisación y el cálculo personal oscurecieron el horizonte académico.
No podemos olvidar que hace apenas unos años la universidad estaba atrapada en la inestabilidad. El desencuentro era el pan de cada día, la grandeza institucional se veía opacada y el brillo de nuestra historia parecía apagarse. Hoy, en cambio, los hechos hablan por sí solos:
Un programa de Medicina que ya es referente nacional.
Nuevos doctorados y programas virtuales que expanden la cobertura y la innovación.
Acreditaciones de alta calidad, logros que no se regalan, se conquistan.
Infraestructura renovada, climatización, laboratorios, seguridad y mantenimiento constante.
La renovación de Bellas Artes, que vuelve a florecer como patrimonio cultural del Caribe.
Escuelas deportivas y apoyo a atletas de alto rendimiento que hacen vibrar a la comunidad.
Proyección internacional que coloca a nuestra universidad en la liga de las grandes.
¿Quién puede negar estos avances? Solo aquel que, con sonrisa de ocasión, quiera disfrazar de propuestas renovadoras lo que en realidad son intereses personales. Quienes hablan de cambio sin resultados que mostrar no representan futuro, sino un retroceso. La academia no puede caer en manos de quienes ven la rectoría como un botín, ni de quienes creen que dirigir la universidad es un trampolín para satisfacer egos o ambiciones ajenas al conocimiento.
Aquí no se trata de repartir favores ni de improvisar liderazgos de ocasión. Se trata de consolidar un proceso que ha devuelto estabilidad, excelencia y confianza. El amor y la pasión con que se ha gobernado esta institución no se improvisan. Se sienten en cada programa, en cada aula climatizada, en cada nuevo estudiante que encuentra en la Universidad del Atlántico una casa digna y competitiva.
Por eso el llamado es claro: este 2 de octubre no es un día cualquiera. Es la cita con la historia. No podemos permitir que la abstención sea la cómplice de quienes desean devolvernos a la incertidumbre. La universidad necesita un voto consciente, masivo y contundente por la continuidad de lo que funciona, por el número 9, el número que simboliza victoria, renovación y liderazgo verdadero.
Porque mientras algunos sueñan con ocupar la rectoría para sus propios fines, Danilo Hernández ha demostrado con hechos que su único propósito es engrandecer a la Universidad del Atlántico. Y eso, en un país donde la política universitaria suele confundirse con intereses mezquinos, no es poca cosa: es, sencillamente, la diferencia entre la mediocridad y la excelencia.
El futuro no se improvisa. El futuro se construye con resultados, con visión, con carácter y con amor. Y esa es la razón por la que la Universidad del Atlántico no puede, no debe y no va a retroceder.