Por: Jaime Ivan Borrero Samper.
En la vida universitaria, como en la política, hay momentos que ponen a prueba no solo las capacidades de liderazgo, sino también la lealtad y la coherencia con un proyecto colectivo. En tiempos de definiciones, cuando el rumbo institucional parece claro y los logros obtenidos comienzan a consolidarse, surgen decisiones que inevitablemente invitan a la reflexión.
No es un secreto que la Universidad del Atlántico atraviesa una etapa decisiva: bajo la administración actual, se han sembrado bases para un modelo más estable, con avances en calidad académica, infraestructura y bienestar. La comunidad ha visto en este proceso un pacto tácito por la excelencia que necesita continuidad para que los frutos no se queden a medio camino.
Por eso, resulta legítimo preguntarse: ¿qué mensaje envía un alto miembro de esta misma administración cuando decide postularse para la rectoría, compitiendo contra el propio proyecto del cual ha sido parte? ¿Es esta una expresión de diversidad democrática o una jugada que fragmenta fuerzas, divide alianzas y debilita la capacidad de sostener lo que juntos se ha construido?
Más allá de los nombres, lo que está en juego es la noción de compromiso. Un compromiso que no se mide solo en discursos ni en la defensa de banderas institucionales, sino en la capacidad de permanecer firmes cuando más se necesita cohesión. Porque no se puede ser arquitecto y demoledor de la misma obra al mismo tiempo sin que el edificio, tarde o temprano, sufra las grietas.
La historia política y la universitaria enseña que los movimientos fuertes no se quiebran desde afuera, sino desde adentro, cuando las ambiciones personales pesan más que el objetivo colectivo. Y si la decisión personal es legítima, la coherencia exige que ese camino se recorra sin el respaldo de la dignidad que otorga un cargo dentro de la administración a la que se pretende disputar el liderazgo. Quien quiera levantar su propia bandera debería hacerlo fuera del despacho que ocupa, con la libertad y la responsabilidad que implica renunciar a él.
Hoy, la Universidad del Atlántico no necesita una lucha intestina, sino un frente unido que garantice que el camino trazado no se convierta en un terreno baldío.
Las coyunturas decisivas exigen claridad de propósito: o se está en la construcción del proyecto, o se apuesta por otro rumbo. Pretender ambas cosas a la vez no es solo una contradicción estratégica, sino un riesgo político que la comunidad universitaria no puede ignorar.