Por: Jaime Ivan Borrero Samper
Hay lugares que no se construyen con ladrillos, sino con sueños. Bellas Artes es uno de ellos. Y por eso, su restauración no es simplemente una obra de infraestructura: es un acto de justicia histórica, de reparación simbólica, de memoria viva.
Durante ocho años, esta sede alma mater del arte en el Caribe fue olvidada, postergada, maltratada por la negligencia institucional y el desprecio a la cultura. Sin embargo, hace cuatro años, con la llegada de la administración del rector Danilo Hernández Rodríguez, comenzó en firme su restauración. Y hoy, ese sueño contenido, empolvado, casi sepultado por la indiferencia, se vuelve realidad.
En este nuevo capítulo, la historia nos reúne con quienes sí le han cumplido a la Universidad del Atlántico: el rector Danilo Hernández Rodríguez, el decano de Bellas Artes Juan David González, y el equipo humano que creyó —y luchó— por volver a levantar esta casa sagrada del saber artístico.
Este no es un triunfo individual. Es una victoria colectiva. De los estudiantes que no se rindieron, de los docentes que siguieron enseñando entre techos agrietados, de los sindicatos que alzaron la voz, de los gestores culturales que se negaron al silencio. Es la fuerza de una comunidad que no se dejó borrar.
Y en medio de este renacer, aparece también el corazón ancestral de nuestra historia: el Museo Antropológico de Bellas Artes, guiado por la pasión y el compromiso de nuestro amigo el Antropólogo especialista en arqueología Álvaro Martes, quien con humildad y valentía ha conservado piezas que cuentan lo que fuimos, lo que somos y lo que aún podemos ser.
La restauración de Bellas Artes no es solo una obra. Es una declaración de principios. Es la Universidad del Atlántico diciéndose a sí misma que se respeta, que se honra, que se reconstruye con dignidad. Y que el arte, lejos de ser un adorno, es la raíz más profunda de nuestra libertad.
Hoy, con el sol sobre los andenes recién puestos, con las vitrinas del museo encendidas de nuevo, y con el rostro emocionado de quienes han creído en este proceso, solo podemos decir:
Gracias. Y adelante. Porque Bellas Artes ya no es una ruina: es una bandera.