Por Jaime Ivan Borrero Samper
En una universidad muy parecida a esta, esas donde las normas se leen como poesía y los reglamentos se interpretan como metáforas, un grupo de notables decidió que la verdad no se busca: se redacta.
Allí nació una disciplina fascinante: la ingeniería documental aplicada a la conveniencia.
Porque cuando una certificación dice una cosa y otra dice lo contrario, la solución no es dudar, sino creer en ambas.
La coherencia se volvió un valor decorativo, y la contradicción, un requisito de ingreso.
La instancia que todo lo valida
En esa universidad tan parecida a esta, existe una oficina mística, habitada por expertos en transformar irregularidades en coincidencias.
Ellos no verifican, reinterpretan la realidad.
Si una certificación dice “prestación de servicios” y otra “no hay vínculo”, declaran que sí hubo vínculo, pero emocional.
Y si luego aparece una tercera diciendo “ad honorem”, eso demuestra vocación institucional.
Porque allá, la docencia ad honorem no es precariedad, es altruismo medible.
No hay nómina, pero hay karma académico.
Y aunque nadie cotiza pensión, todos cotizan a la esperanza.
El método revolucionario: sumar sin dividir
El reglamento decía que las horas debían sumarse y dividirse entre ocho.
Pero ellos descubrieron una nueva ciencia: la física del tiempo académico, donde los días se estiran, las horas se multiplican y el calendario es opcional.
Así, cuatro años pueden caber en tres instituciones distintas, al mismo tiempo, y en paralelo con la fe.
Dicen que Newton se fue de la universidad, pero Einstein se quedó a hacer el cómputo.
El comunicado que se explicó solo.
Un día, para disipar dudas, publicaron un comunicado tan solemne que parecía una confesión poética.
Aseguraron que todo se hizo conforme a los reglamentos… pero olvidaron citar el reglamento.
Que actuaron con objetividad… aunque revisaron sus propias decisiones.
Y que hubo total transparencia… aunque los vidrios estaban empañados.
Fue un acto de autodefensa tan torpe que se convirtió en autoincriminación.
En resumen: explicaron tanto, que confirmaron todo.
Epílogo: la ciencia del cumplimiento perpetuo
Así, en esa universidad tan parecida a esta, florece una nueva corriente académica: la hermenéutica del “cumple”, donde toda duda se resuelve con una firma y todo error con un comunicado.
Una escuela que enseña que la verdad institucional no se demuestra, se decreta.
Y mientras tanto, el tiempo pasa, los documentos cambian de versión y los cargos se consolidan entre aplausos discretos.
Porque en esa universidad paralela, la coherencia es un lujo, la ética una optativa… y la verdad, una beca sin cupo.
